Breves alegorías
La Chica
Dos monjes estaban peregrinando de un
monasterio a otro y durante el camino debían atravesar una vasta región formada
por colinas y bosques.
Un día, tras un fuerte aguacero,
llegaron a un punto de su camino donde el sendero estaba cortado por un
riachuelo convertido en un torrente a causa de la lluvia. Los dos monjes se
estaban preparando para vadear, cuando se oyeron unos sollozos que procedían de
detrás de un arbusto. Al indagar comprobaron que se trataba de una chica que
lloraba desesperadamente. Uno de los monjes le preguntó cuál era el motivo de
su dolor y ella respondió que, a causa de la riada, no podía vadear el torrente
sin estropear su vestido de boda y al día siguiente tenía que estar en el
pueblo para los preparativos. Si no llegaba a tiempo, las familias, incluso su
prometido, se enfadarían mucho con ella.
El monje no titubeó en ofrecerle su
ayuda y, bajo la mirada atónita del otro religioso, la cogió en brazos y la
llevó al otro lado de la orilla. La dejó ahí, la saludó deseándole suerte y
cada uno siguió su camino.
Al cabo de un rato el otro monje
comenzó a criticar a su compañero por esa actitud, especialmente por el hecho
de haber tocado a una mujer, infringiendo así uno de sus votos. Pese a que el
monje acusado no se enredaba en discusiones y ni siquiera intentaba defenderse
de las críticas, éstas prosiguieron hasta que los dos llegaron al monasterio.
Nada más ser llevados ante el Abad, el segundo monje se apresuró a relatar al
superior lo que había pasado en el río y así acusar vehementemente a su
compañero de viaje.
Tras haber escuchado los hechos, el
Abad sentenció: "Él ha dejado a la chica en la otra orilla, ¿tú, aún la
llevas contigo?".
El perro sujetado
En un lujoso palacio vivía un
brahmino, gobernador de una región y dueño de un maravilloso perro. El animal
era corpulento, fiero y de temperamento orgulloso. No era difícil que se enfrentara
a otros perros, por lo que casi siempre lo paseaban atado con una correa. Perro
y amo eran caracteres jactanciosos merecedores el uno del otro.
Cada vez que el perro se encontraba
con otro can, empezaba a tirar de la correa con todas sus fuerzas. Su amo, sin
dejar de sujetarlo con determinación, intentaba calmarlo hablándole dulcemente:
" no hagas así...déjale al pobrecito tranquilo". También se agachaba
y le rodeaba con el brazo como para protegerle mientras que el bravo animal
mostraba todo su repertorio de amenazas. Parecía de verdad un perro fiero e
implacable. Dado su tamaño y su furor, todos le temían.
Un día, el brahmino encargó a un nuevo
sirviente que paseara al perro, pero olvidó advertirle sobre el carácter del
animal, quizás dando por hecho que todo el mundo tenía que saber que el perro
del brahmino era algo especial. No obstante, para el sirviente, éste era
únicamente un perro como muchos, por lo cual ignoraba su excentricidad. Como
era previsible, nada más encontrarse en contacto visual con otro can, el animal
del brahmino dio rienda suelta a su violento temperamento y, de repente tiró
enérgicamente de la correa. El siervo, que no estaba preparado para tal
situación, no supo reaccionar adecuadamente y soltó la cinta. El perro perdió
ligeramente el equilibrio hacia delante, dándose así cuenta de que no estaba
siendo sujetado. Ahora estaba libre de sujeción y que la acción dependía
exclusivamente de él, se encontró frente a un dilema: o dar séquito a sus
amenazas iniciales empezando la batalla, o evitar la confrontación. El
imperioso animal titubeó: al fin y al cabo el otro perro, aún más pequeño, no
había dado signos de sumisión y estaba listo para la lucha. "Seguramente
-se dijo el noble perro- podría matarle fácilmente, pero si me mordiera, ¿que
sería de mi noble aspecto?. No, no merece la pena. Por esta vez le dejaré
vivir". Emitió unos gruñidos y volvió donde el servidor.
Una vez en el palacio, el doméstico
relató lo ocurrido al brahmino, el cual vislumbró la verdad sobre la naturaleza
de su perro y la del hombre y, desde entonces, acostumbró a pasear al animal
sin ataduras. No sólo el perro dejó de amenazar a los otros animales, sino que
también los súbditos del brahmino vivieron más felices. El perro le había
mostrado a su dueño la manera sabia de gobernar.
Naturaleza
Un chiquillo, reiteradamente
decepcionado y traicionado por alguien que él creía amigo, se lo contó a su
padre preguntándole por qué pasan estas cosas. El padre le respondió contándole
esta historia:
Un día un escorpión llegó a la orilla
de un río y, teniendo que pasar al otro lado, empezó a buscar un medio que le
llevase sin riesgo de ahogarse. De repente, viendo a una rana que estaba
tomando el sol, una idea hizo mella en su mente. Decidió formularle su propósito
preguntándole:
- Oye rana, ¿podrías llevarme a la
otra orilla nadando conmigo en la espalda?
La rana le contestó:
- ¿De verdad me crees tan idiota? Sé
muy bien que una vez subido en mi espalda me clavarás tu aguijón matándome.
- No seas tonta -replicó el escorpión-
¿cómo podría hacerte eso? ¿Acaso no sabes que nosotros no sabemos nadar y que
si yo te matase moriría contigo?
La rana, reasegurada por este
razonamiento lógico pensó: " Es verdad. Si me matara, él también se
moriría... y no creo que esa idea le guste...
- De acuerdo, sube. Te llevaré -dijo
el batracio.
El escorpión se acomodó en la espalda
de la rana y ésta empezó a cruzar el río. Una vez llegados a la mitad del
torrente, en el punto más profundo, el escorpión levantó su pincho y, de un
rápido golpe, lo clavó en la cabeza de la rana. Esta, agonizando atónita,
apostrofó:
- ¿ Qué has hecho, imbécil ? ¡Ahora te
vas a morir tú también, cretino!
- Lo sé -contesto el alacrán- pero soy
un escorpión y esta es mi naturaleza.
¡Qué suerte!
Un hombre, morbosamente apasionado por
el juego, había pasado una vez más, toda la noche en un casino. Salió del lugar
totalmente rendido... estaba a punto de amanecer. Cuando el cielo se tiñó de
rojo y el sol empezó a salir, sintió un escozor en sus ojos somnolientos. Vio
un gran árbol en el jardín y decidió sentarse a sus pies para descansar un rato
antes de volver a casa. En un abrir y cerrar de ojos, el jugador cayó en un
sueño profundo. Durmió todo el día y toda la noche.
Había dormido exactamente 24 horas
cuando se despertó. Era el alba, y el sol estaba empezando a subir al cielo.
- ¡Que suerte! -exclamó contento- casi
me duermo.
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