LA
COSMOVISIÓN ALEGÓRICA
El
Té
Un importante catedrático
universitario se encontraba últimamente en extraños estados de ánimo: se sentía
ansioso, infeliz y si bien creía ciegamente en la superioridad que su saber le
proporcionaba, no estaba en paz consigo mismo ni con los demás. Su infelicidad
era tan profunda cuan su vanidad. En un momento de humildad había sido capaz de
escuchar a alguien que le sugería aprender a meditar como remedio a su
angustia. Ya había oído decir que el zen era una buena medicina para el
espíritu.
En su región vivía un excelente
maestro y el profesor decidió visitarle para pedirle que le aceptara como
estudiante.
Una vez llegado a la morada del
maestro, el profesor se sentó en la humilde sala de espera y miró alrededor con
una clara -aunque para él imperceptible- actitud de superioridad. La habitación
estaba casi vacía y los pocos ornamentos sólo enviaban mensajes de armonía y
paz. El lujo y toda ostentación estaban manifiestamente ausentes.
Cuando el maestro pudo recibirle y
tras las presentaciones debidas, el primero le dijo: "permítame invitarle
a una taza de té antes de empezar a conversar". El catedrático asintió
disconforme. En unos minutos el té estaba listo. Sosegadamente, el maestro sacó
las tazas y las colocó en la mesa con movimientos rápidos y ligeros al cabo de
los que empezó a verter la bebida en la taza del huésped. La taza se llenó
rápidamente, pero el maestro sin perder su amable y cortés actitud, siguió
vertiendo el té. El líquido rebosó derramándose por la mesa y el profesor, que
por entonces ya había sobrepasado el límite de su paciencia, estalló
airadamente tronando así: " ¡Necio! ¿Acaso no ves que la taza está llena y
que no cabe nada más en ella?". Sin perder su ademán, el maestro así
contestó: "Por supuesto que lo veo, y de la misma manera veo que no puedo
enseñarte el zen. Tu mente ya está también llena".
El
Fantasma
Esta es la historia de un joven que no
podía dormir casi nunca puesto que un fantasma espectral le aparecía en sueños
y le angustiaba revelándole todos los secretos más íntimos que él albergaba,
demostrándole así que lo sabía todo acerca de él.
El joven estaba desesperado, hasta el
punto que llegó a detestar el momento de acostarse pese al cansancio acumulado.
Había visitado doctores y psicólogos, había confesado su problema a amigos, lo
había intentado todo, pero sin resultados: el espectro seguía presentándose
cada noche y le recordaba todos los rincones más íntimos y dolorosos.
Ya al borde de un colapso nervioso,
decidió pedir auxilio de un célebre maestro zen que practicaba en la misma
provincia. Fue a ver al maestro que le recibió amistosamente. Tras haberle
explicado el dilema, el joven añadió: " Ese fantasma lo sabe todo,
absolutamente todo acerca de mí, ¡incluso conoce mis pensamientos! No puedo
sustraerme a su dominio”. El maestro pensó que la solución no estaba fuera del
alcance del chico y le sugirió que hiciera un trato con el fantasma. “Esta
noche, antes de acostarte -le dijo- coge un puñado de lentejas al azar y no las
sueltes. Luego acuéstate y espera. Cuando el espectro se presente proponle un
trato. Dile que si adivina cuántas lentejas tienes en la mano será para siempre
tu dueño y que si no lo adivina deberá desaparecer para siempre. Vamos a ver
qué pasa”.
El chico procedió del modo que le
aconsejo el maestro. Poco después de acostarse el fantasma apareció y le dijo:
" Sé que intentas librarte de mí. También sé que te has ido a ver aquel
bobo del monje zen para que te ayude a echarme, pero tus esfuerzos no te
servirán para nada "." Bueno -respondió el joven- ya sabía que me
habrías descubierto, así como supongo que indudablemente sabrás cuantas lentejas
tengo en el puño”. El fantasma desapareció para no volver nunca jamás. Lo que
no sabía el chico no lo podía saber su fantasma.
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