martes, 25 de abril de 2017

La risa (Henri Bergson) y Pérdida y recuperación del pelo (Julio Cortázar)

LA RISA, DE HENRI BERGSON

En el ensayo, "La risa: Un ensayo sobre el significado de lo Cómico", Henri Bergson analiza las diversas cosas que provocan la risa para determinar los elementos que nos hacen reír. Bergson describe la risa como un ser vivo que tiene un objetivo social. De inmediato se identifican tres observaciones que abarcan su teoría general de la comedia:
 En primer lugar, la comedia "no existe fuera de los límites de lo estrictamente humano". Esto significa que nada puede ser divertido a menos que de alguna manera está relacionado con los seres humanos. Él explica que uno no se ríe únicamente de un paisaje o un animal, pero sí si se correlaciona con la humanidad o se les da  características humanas.
En segundo lugar, la risa requiere una ausencia de sentimientos. Para reír, es necesario olvidar momentáneamente el afecto, la compasión, la tristeza y distanciarnos emocionalmente de la situación cómica. Bergson utiliza el término "anestesia momentánea del corazón" para describir a este punto, lo que significa que el corazón de uno debe adormecerse por el tiempo que se ríe porque las emociones impiden que la persona se ría de lo cómico.
 En tercer lugar, la risa tiene una función social. En lugar de dar una explicación fisiológica para la risa, Bergson explica la risa como una especie de gesto social. Así, por reírse de alguien o algo, la víctima instintivamente querrá corregirse, que en última instancia mejora a la sociedad en general. Esto puede explicar por qué nos reímos de falta de elasticidad, o conductas no adaptativas. Por ejemplo, Bergson explica que nos reímos de alguien que involuntariamente tropieza con una roca al caminar debido a que las cualidades humanas se han convertido de repente en movimientos mecánicos, lo que resulta en un error. Nos reímos del distraído debido a su rigidez y falta de elasticidad. Esto demuestra cómo la risa intimida a través de la humillación y es por lo tanto un correctivo.

Después de ver esta teoría, se reconocen y se puede ver cómo la asociación para el ser humano hace las cosas que de otro modo serían anodinas o graves, como un paisaje, divertidas. Sin embargo, si las ideas de Bergson sobre humor eran del todo ciertas, nos preguntamos, ¿por eso no es posible reírse de las cosas que no son necesariamente "humanas"?





Pérdida y recuperación del pelo
Julio Cortázar

Publicado el 18 de noviembre de 2009 por Martín Gaitán

Para luchar contra el pragmatismo y la horrible tendencia a la consecución de fines útiles, mi primo el mayor propugna el procedimiento de sacarse un buen pelo de la cabeza, hacerle un nudo en el medio y dejarlo caer suavemente por el agujero del lavabo. Si este pelo se engancha en la rejilla que suele cundir en dichos agujeros, bastará abrir un poco la canilla para que se pierda de vista.

Sin malgastar un instante, hay que iniciar la tarea de recuperación del pelo. La primera operación se reduce a desmontar el sifón del lavabo para ver si el pelo se ha enganchado en alguna de las rugosidades del caño. Si no se lo encuentra, hay que poner en descubierto el tramo de caño que va del sifón a la cañería de desagüe principal. Es seguro que en esta parte aparecerán muchos pelos, y habrá que contar con la ayuda del resto de la familia para examinarlos uno a uno en busca del nudo. Si no aparece, se planteará el interesante problema de romper la cañería hasta la planta baja, pero esto significa un esfuerzo mayor, pues durante ocho o diez años habrá que trabajar en algún ministerio o casa de comercio para reunir el dinero que permita comprar los cuatro departamentos situados debajo del de mi primo el mayor, todo ello con la desventaja extraordinaria de que mientras se trabaja durante esos ocho o diez años no se podrá evitar la penosa sensación de que el pelo ya no está en la cañería y que sólo por una remota casualidad permanece enganchado en alguna saliente herrumbrada del caño.

Llegará el día en que podamos romper los caños de todos los departamentos, y durante meses viviremos rodeados de palanganas y otros recipientes llenos de pelos mojados, así como de asistentes y mendigos a los que pagaremos generosamente para que busquen, separen, clasifiquen y nos traigan los pelos posibles a fin de alcanzar la deseada certidumbre. Si el pelo no aparece, entraremos en una etapa mucho más vaga y complicada, porque el tramo siguiente nos lleva a las cloacas mayores de la ciudad. Luego de comprar un traje especial, aprenderemos a deslizarnos por las alcantarillas a altas horas de la noche, armados de una linterna poderosa y una máscara de oxígeno, y exploraremos las galerías menores y mayores, ayudados si es posible por individuos del hampa, con quienes habremos trabado relación y a los que tendremos que dar gran parte del dinero que de día ganamos en un ministerio o una casa de comercio.

Con mucha frecuencia tendremos la impresión de haber llegado al término de la tarea, porque encontraremos pelo (o nos traerán) pelos semejantes al que buscamos; pero como no se sabe de ningún caso en que un pelo tenga un nudo en el medio sin intervención de mano humana, acabaremos casi siempre por comprobar que el nudo en cuestión es un simple engrosamiento del calibre del pelo (aunque tampoco sabemos de ningún caso parecido) o un depósito de algún silicato u óxido cualquiera producido por una larga permanencia en una superficie húmeda. Es probable que avancemos así por diversos tramos de cañerías menores y mayores, hasta llegar a ese sitio donde ya nadie se decidirá a penetrar: el caño maestro enfilado en dirección al río, la reunión torrentosa de los detritos en la que ningún dinero, ninguna barca, ningún soborno nos permitirán continuar la búsqueda.

Pero antes de eso, y quizá mucho antes, por ejemplo a pocos centímetros de la boca del lavabo, a la altura del departamento del segundo piso, o en la primera cañería subterránea, puede suceder que encontremos el pelo. Basta pensar en la alegría que eso nos producirá, en el asombrado cálculo de los esfuerzos ahorrados por pura buena suerte, para escoger, para exigir prácticamente una tarea semejante, que todo maestro consciente debería aconsejar a sus alumnos desde la más tierna infancia, en vez de secarles el alma con la regla de tres compuesta o las tristezas de Cancha Rayada.



Parte de Historias de Cronopios y de Famas, 1962





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