LA
RISA, DE HENRI BERGSON
En el ensayo, "La risa: Un ensayo
sobre el significado de lo Cómico", Henri Bergson analiza las diversas
cosas que provocan la risa para determinar los elementos que nos hacen reír.
Bergson describe la risa como un ser vivo que tiene un objetivo social. De
inmediato se identifican tres observaciones que abarcan su teoría general de la
comedia:
En primer lugar, la comedia "no existe
fuera de los límites de lo estrictamente humano". Esto significa que nada
puede ser divertido a menos que de alguna manera está relacionado con los seres
humanos. Él explica que uno no se ríe únicamente de un paisaje o un animal,
pero sí si se correlaciona con la humanidad o se les da características humanas.
En segundo lugar, la risa requiere una
ausencia de sentimientos. Para reír, es necesario olvidar momentáneamente el
afecto, la compasión, la tristeza y distanciarnos emocionalmente de la
situación cómica. Bergson utiliza el término "anestesia momentánea del
corazón" para describir a este punto, lo que significa que el corazón de
uno debe adormecerse por el tiempo que se ríe porque las emociones impiden que
la persona se ría de lo cómico.
En tercer lugar, la risa tiene una función
social. En lugar de dar una explicación fisiológica para la risa, Bergson
explica la risa como una especie de gesto social. Así, por reírse de alguien o
algo, la víctima instintivamente querrá corregirse, que en última instancia
mejora a la sociedad en general. Esto puede explicar por qué nos reímos de
falta de elasticidad, o conductas no adaptativas. Por ejemplo, Bergson explica
que nos reímos de alguien que involuntariamente tropieza con una roca al
caminar debido a que las cualidades humanas se han convertido de repente en
movimientos mecánicos, lo que resulta en un error. Nos reímos del distraído
debido a su rigidez y falta de elasticidad. Esto demuestra cómo la risa
intimida a través de la humillación y es por lo tanto un correctivo.
Después de ver esta teoría, se reconocen
y se puede ver cómo la asociación para el ser humano hace las cosas que de otro
modo serían anodinas o graves, como un paisaje, divertidas. Sin embargo, si las
ideas de Bergson sobre humor eran del todo ciertas, nos preguntamos, ¿por eso
no es posible reírse de las cosas que no son necesariamente
"humanas"?
Pérdida
y recuperación del pelo
Julio Cortázar
Publicado el 18 de noviembre de 2009
por Martín Gaitán
Para luchar contra el pragmatismo y la
horrible tendencia a la consecución de fines útiles, mi primo el mayor propugna
el procedimiento de sacarse un buen pelo de la cabeza, hacerle un nudo en el
medio y dejarlo caer suavemente por el agujero del lavabo. Si este pelo se
engancha en la rejilla que suele cundir en dichos agujeros, bastará abrir un poco
la canilla para que se pierda de vista.
Sin malgastar un instante, hay que
iniciar la tarea de recuperación del pelo. La primera operación se reduce a
desmontar el sifón del lavabo para ver si el pelo se ha enganchado en alguna de
las rugosidades del caño. Si no se lo encuentra, hay que poner en descubierto
el tramo de caño que va del sifón a la cañería de desagüe principal. Es seguro
que en esta parte aparecerán muchos pelos, y habrá que contar con la ayuda del
resto de la familia para examinarlos uno a uno en busca del nudo. Si no
aparece, se planteará el interesante problema de romper la cañería hasta la
planta baja, pero esto significa un esfuerzo mayor, pues durante ocho o diez
años habrá que trabajar en algún ministerio o casa de comercio para reunir el
dinero que permita comprar los cuatro departamentos situados debajo del de mi
primo el mayor, todo ello con la desventaja extraordinaria de que mientras se
trabaja durante esos ocho o diez años no se podrá evitar la penosa sensación de
que el pelo ya no está en la cañería y que sólo por una remota casualidad
permanece enganchado en alguna saliente herrumbrada del caño.
Llegará el día en que podamos romper
los caños de todos los departamentos, y durante meses viviremos rodeados de
palanganas y otros recipientes llenos de pelos mojados, así como de asistentes
y mendigos a los que pagaremos generosamente para que busquen, separen,
clasifiquen y nos traigan los pelos posibles a fin de alcanzar la deseada
certidumbre. Si el pelo no aparece, entraremos en una etapa mucho más vaga y
complicada, porque el tramo siguiente nos lleva a las cloacas mayores de la
ciudad. Luego de comprar un traje especial, aprenderemos a deslizarnos por las
alcantarillas a altas horas de la noche, armados de una linterna poderosa y una
máscara de oxígeno, y exploraremos las galerías menores y mayores, ayudados si
es posible por individuos del hampa, con quienes habremos trabado relación y a
los que tendremos que dar gran parte del dinero que de día ganamos en un
ministerio o una casa de comercio.
Con mucha frecuencia tendremos la
impresión de haber llegado al término de la tarea, porque encontraremos pelo (o
nos traerán) pelos semejantes al que buscamos; pero como no se sabe de ningún
caso en que un pelo tenga un nudo en el medio sin intervención de mano humana,
acabaremos casi siempre por comprobar que el nudo en cuestión es un simple
engrosamiento del calibre del pelo (aunque tampoco sabemos de ningún caso
parecido) o un depósito de algún silicato u óxido cualquiera producido por una
larga permanencia en una superficie húmeda. Es probable que avancemos así por
diversos tramos de cañerías menores y mayores, hasta llegar a ese sitio donde
ya nadie se decidirá a penetrar: el caño maestro enfilado en dirección al río,
la reunión torrentosa de los detritos en la que ningún dinero, ninguna barca,
ningún soborno nos permitirán continuar la búsqueda.
Pero antes de eso, y quizá mucho
antes, por ejemplo a pocos centímetros de la boca del lavabo, a la altura del
departamento del segundo piso, o en la primera cañería subterránea, puede
suceder que encontremos el pelo. Basta pensar en la alegría que eso nos
producirá, en el asombrado cálculo de los esfuerzos ahorrados por pura buena
suerte, para escoger, para exigir prácticamente una tarea semejante, que todo
maestro consciente debería aconsejar a sus alumnos desde la más tierna
infancia, en vez de secarles el alma con la regla de tres compuesta o las
tristezas de Cancha Rayada.
Parte de Historias de Cronopios y de
Famas, 1962
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